El veredicto médico no dejaba lugar a dudas:
-"Lo siento, su empresa padece "cáncer" de Recursos Humanos."
-"Me lo temía, este dolor agudo y crónico no presagiaba nada bueno. Sabía que pasaría."
A a partir de aquí han sido horas de largas sesiones de "reflexoterapia" y
rehabilitación, y creo que empezamos a recuperarnos. Lo hemos cogido a tiempo.
Queda en el aire una pregunta:
Queda en el aire una pregunta:
La experiencia me ha enseñado que la actitud displicente de un
trabajador hacia quien le confía un puesto de trabajo en su empresa,
está totalmente disociada del comportamiento que el empresario haya
tenido con él, y depende más que de otra cosa, de los propios valores y
de la educación que el trabajador ha recibido. Educación familiar y sobre todo social, en un país donde el empresario lleva años siendo demonizado por las
autoridades.
Me he llegado a obsesionar por "motivar" a mi equipo. Hemos elaborado
toda una cultura de empresa donde el objetivo era desarrollar auténticas
carreras profesionales basadas en la búsqueda de la excelencia a partir
de la implicación y el sentimiento de empresa de mis "colaboradores".
No ha habido un solo año en el que no se hayan hecho convenciones,
cenas, regalos, sesiones de coaching, formación, concursos, y un largo
etcétera de actividades nuevas cada año, en la convicción de que el
manido "látigo" debe sustituirse por la motivación emocional y positiva.
Hemos sido referencia para los mismos formadores que nos han visitado
en nuestros eventos. Recuerdo un Comité en el que estaban todos los
trabajadores de mi empresa y en el que quisimos ilustrar el trabajo en
equipo con la participación de un Cuarteto de Cuerda. Fue mágico.
Todos estos recuerdos y buenos momentos se amontonan por decenas en mi
memoria, contrastandose con el malestar que me produce el sabor dejado
en mi boca por quienes siempre traté, no como "trabajadores míos", sino
como verdaderos compañeros, y que al final dieron rienda suelta a su
odio. Aquellos a los que les dí el trato más humano y cercano que jamás
se puede dar a un trabajador, y que esperaron con paciencia su momento
para, como en aquella escena bíblica, cuando mi empresa y yo estábamos
en la más absoluta ruina, tomar una esponja, empaparla en vinagre y
poniéndola en una caña, dármela para beber.
Aún hoy perdura ese odio y rencor en alguno de ellos. Otros lo disimulan
algo más, pero es fácil adivinar cómo gozan con tu sufrimiento y cómo
temen tu resurgir, por mucho esfuerzo y sacrificio que vean en ti, en tu
empresa o en tu misma familia.
Mi pregunta es, ¿se puede evitar que un trabajador odie a la empresa o al empresario? Desgraciadamente, mi respuesta es NO. Puedes favorecer que predomine un determinado clima y actitud en la compañía. Pero obtendrás respuestas dispares en función del perfil de cada trabajador, y el que siente envidia u odio de forma predeterminada, siempre encontrará una justificación para darle salida. Por lo tanto, para este tipo de persona, cualquier esfuerzo es vano.
También pienso que existe la lealtad y el cariño INCONDICIONALES de determinados compañeros que se alegrarán de los éxitos de la empresa y se entristecerán profundamente por sus fracasos. Responden muy positivamente ante estímulos y gestos de la empresa. Poseen valores como la humildad o el agradecimiento, independientemente del puesto que ocupen y de los salarios que tengan. Tienen sentido de la justicia y corresponden al trato humano con la mayor de las devociones e ilusión. No son sumisos, ni sienten la necesidad de hacer la "pelota", ya que conocen sus derechos, saben cuánto y cómo trabajan, lo que sienten y valoran el respeto que la compañía les profesa.
Ellos si serán merecedores de un trabajo de motivación emocional y sobre ellos será sobre los que debemos construir nuestra empresa.
Hay finales escritos desde el primer día y el empresario debe esforzarse
por adivinar los verdaderos sentimientos de aquellos que trabajarán junto a él, sobre todo en puestos de responsabilidad. No hay más ciego que
el que no quiere ver, y a veces este odio es tan explícito que se "huele" desde el día de la firma del contrato.
Al más mínimo olor, hay que actuar. Posponer la decisión es un grave error de dirección que terminará minando y contagiando al resto del equipo y a toda la compañía.
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